Escribir es algo que da miedo. Y lo da porque plasma lo que rebota en el cerebro y que, poco a poco,
se va formando hasta que, cuando es escrito, parece más importante de lo que en realidad se ha pensado. Eso de que el papel lo aguanta todo es verdad, pero, precisamente porque tiene esa capacidad de sufrimiento, hace que pueda ser usado para plasmar todo lo sentido. Hoy me acaban de decir que el lenguaje escrito es más pobre que el oral: es más limitado en la gestualidad pero mucho más profundo en el contenido. Basta oír sandeces continuas, pero, si las lees, se tienen incluso muchos más elementos de juicio para criticar. Me gustaría que con muchas cervezas encima , las reflexiones y los argumentos los hiciéramos por escrito. A ver quien es el guapo o guapa que se atrevería a dejar para la eternidad todo lo que ha dicho.
¿ Por qué ese miedo a escribir; por qué ese reparo a que quede?. Quizás porque la disculpa por un exabrupto hablado, al igual que se dice, se disipa en el mismo aire que sirvió como vía. Lo escrito atemoriza, da vergüenza que alguien lo lea. La reflexión se hace a través de un mondo de expresión artificial: no usamos el gruñido o la kinesia: lo hacemos ante el pavor que supone algo en blanco que es un reto para ser llenado. Por eso, desde que aprendí a escribir, lo he hecho miles de veces.
¿Escribes cuándo estás mal; es un recurso terapéutico afrontar tus pensamientos cuando tu estado no está calmado?. Algo hay de eso, al menos en mí. Y es cuestión de educación. Emito lo bueno, guardo la frustración.
Creo que empieza ser hora de retornar hacia dentro. Lo recuperable es eso, tampoco hace falta explicarlo: reivindicar que pienso como lo hago, que defiendo unas convicciones alejadas de lo material, que las nuevas tecnologías me valen como herramienta y no como salvación, que, a lo mejor, estoy más alerta que lo que tienen la mitad de años que yo... que empiezo una vida en la que el importante seré yo, que no tengo por qué dar y no recibir, que lo he hecho toda mi vida y me siento satisfecho por ello... que tengo una mente alerta a todo lo que pasa a mi alrededor y que cada vez comprendo menos comportamientos. Que me cansé. Que no me perdonen un cambio de humor, que estoy raro por el hecho de que no respondo al catálogo. ¿Culpa de los demás?. Carácter, cariño que me dieron y que devuelvo, alegría que mame y que doy. Perdónenme si alguna vez la guitarra suena triste y no a chiste. Mi vida no ha sido fácil. Aún así soy capaz de realativizar y aprender que cada cual se rige según le va la fiesta: Entiendan que me vida no ha sido de charanga y pandereta, que me he ganado la libertad de comportarme con alegría y tristeza y que; a veces, quiero que me diviertan. Por eso quiero estar en un rincón viendo cómo los demás intentan hacer lo que yo he intentado por los demás: alegrar sus vidas. Los demás me empiezan a sobrar. hay un tango cuya letra dice que creyó levantar una flor y al final era un tomate: Nunca he sido una flor, pero me he hartado de levantar tomates
El Médano, octubre de 2010
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