miércoles, 1 de septiembre de 2010

Emmmm...

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No sé, ni como ni por que, pero acabé sentada delante de él, el destino, la suerte, o la casualidad.
Pero acabé delante de él.
Por eso mismo compartíamos helado, por estar en frente, uno para dos.
Recuerdo perfectamente que la atmósfera tenía un olor a fresa, acuerdo con el helado que se pidió, y otro sabor, que con dulzura lo olías, pero no lo recuerdo tan bien, ya que no es la razón, por la que soy feliz ahora.
Entre risas y luchas por conseguir helado de fresa, íbamos girando la copa, para coger la fresa, las cucharas se chocaban, y las risas y las miradas invadían el ambiente.
Hasta que de pronto, algo ocurrió las cucharas pararon de luchar, las cabezas se levantaron, y se profundizaron en esa mirada inolvidable, que podía fundir cualquier cosa, se estaban recorriendo, y ella sonreía de una manera distinta, había sido descubierta, se sentía intimidada, hasta tal punto, que no aguanto más y bajo la mirada. Le daba vergüenza volver a levantarla, solo miraba su helado y se lo comía, pero su inquietud y curiosidad por él, pudo con ella y la levanto, y ahí estaba él, con destellos dorados en el pelo, un collar de conchas, una piel tostada, y ojos amarillos, ofreciéndole el último trozo de ese helado de fresa.
Cuando ella cogió ese trozo y le sonrío, supo que se quería casar con esa mujer que había conseguido que el mejor momento de su vida, había ocupado solo un instante, con tan solo un helado y con la seguridad de que le haría feliz el resto de su vida.

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