No sé, ni como ni por que, pero acabé sentada delante de él, el destino, la suerte, o la casualidad.
Pero acabé delante de él.
Por eso mismo compartíamos helado, por estar en frente, uno para dos.
Recuerdo perfectamente que la atmósfera tenía un olor a fresa, acuerdo con el helado que se pidió, y otro sabor, que con dulzura lo olías, pero no lo recuerdo tan bien, ya que no es la razón, por la que soy feliz ahora.
Entre risas y luchas por conseguir helado de fresa, íbamos girando la copa, para coger la fresa, las cucharas se chocaban, y las risas y las miradas invadían el ambiente.
Hasta que de pronto, algo ocurrió las cucharas pararon de luchar, las cabezas se levantaron, y se profundizaron en esa mirada inolvidable, que podía fundir cualquier cosa, se estaban recorriendo, y ella sonreía de una manera distinta, había sido descubierta, se sentía intimidada, hasta tal punto, que no aguanto más y bajo la mirada. Le daba vergüenza volver a levantarla, solo miraba su helado y se lo comía, pero su inquietud y curiosidad por él, pudo con ella y la levanto, y ahí estaba él, con destellos dorados en el pelo, un collar de conchas, una piel tostada, y ojos amarillos, ofreciéndole el último trozo de ese helado de fresa.
Cuando ella cogió ese trozo y le sonrío, supo que se quería casar con esa mujer que había conseguido que el mejor momento de su vida, había ocupado solo un instante, con tan solo un helado y con la seguridad de que le haría feliz el resto de su vida.
Pero acabé delante de él.
Por eso mismo compartíamos helado, por estar en frente, uno para dos.
Recuerdo perfectamente que la atmósfera tenía un olor a fresa, acuerdo con el helado que se pidió, y otro sabor, que con dulzura lo olías, pero no lo recuerdo tan bien, ya que no es la razón, por la que soy feliz ahora.
Entre risas y luchas por conseguir helado de fresa, íbamos girando la copa, para coger la fresa, las cucharas se chocaban, y las risas y las miradas invadían el ambiente.
Hasta que de pronto, algo ocurrió las cucharas pararon de luchar, las cabezas se levantaron, y se profundizaron en esa mirada inolvidable, que podía fundir cualquier cosa, se estaban recorriendo, y ella sonreía de una manera distinta, había sido descubierta, se sentía intimidada, hasta tal punto, que no aguanto más y bajo la mirada. Le daba vergüenza volver a levantarla, solo miraba su helado y se lo comía, pero su inquietud y curiosidad por él, pudo con ella y la levanto, y ahí estaba él, con destellos dorados en el pelo, un collar de conchas, una piel tostada, y ojos amarillos, ofreciéndole el último trozo de ese helado de fresa.
Cuando ella cogió ese trozo y le sonrío, supo que se quería casar con esa mujer que había conseguido que el mejor momento de su vida, había ocupado solo un instante, con tan solo un helado y con la seguridad de que le haría feliz el resto de su vida.
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